El FONCA, una ilusión que se quebró antes de tiempo. No importa, antes de la predecible noticia había fabricado otra ilusión: las letras.

Soñar despierto es peligroso si entregas la suerte a la ilusión sin estar preparado. No soy escritor, escribo como resultado de una pasión autodidacta. A veces planear locuras es el placer de estar cuerdo. O rebelarse a la fría e insípida cordura sin hundirse para siempre en la ciénaga de la demencia.

Mis palabras no dicen nada, sólo son escalones para alcanzar la cima de una sensación selecta al azar. Mis palabras son residuos de mi pasión por el minimalismo de la realidad: vivir trivialidades intranscendentes con el fin de emocionarme de mirar los ladrillos que forman parte del muro.

El muro del silencio para que no pase el eco ni un susurro. Sólo sensaciones que ni con el aire comparto, y una vez vívidas, comparto las huellas para dar señales de vida. Los amigos te persiguen para expresar que hace mucho dejaron de tolerar tus fugas, que buscarte es un pasatiempo que ya los aburrió porque ya te encontraron. Es tu turno buscarlos y encontrarlos. Así, en silencio, los amigos conversan, la distancia es su lenguaje más apropiado para expresar los conflictos que atormentan sus vidas.

El silencio es búsqueda.

Busco.
Busco.
Y te tomo una foto mientras lees esto, esa era la emoción que me faltaba para armar una exposición. Ahora que veo en la pantalla de la cámara, me doy cuenta que no eres tú, sino la pared adonde escribiste un recado cuando me emborraché y me quedé dormido. Algo importante querías decirme, tan largo era tu discurso que las chelas me dejaron inútil. Y cínico, hasta ahora me disculpo sin saber de qué, no recuerdo que me decías hace diez años, fue la primera vez que fallé por culpa del alcohol.

Dijiste que cuando sepa reconocer por mí mismo mis errores me volverías a hablar, pero hasta la fecha, la frustración no disipa, aún naufraga en las bebidas embriagantes que diario bebo en silencio.

En honor a nuestra amistad. Y la distancia. Salud.




Desde el silencio.


Serie de fotos enviada a la XIV Bienal de Fotografía del Centro de la Imagen. A ver qué pasa.

La sordera me reduce el mundo a un ámbito estrictamente visual. No importa con cuánta gente me relacione, la música que escuche a todo el volumen o el ruido derivado de cualquier entorno, el silencio nunca pierde su protagonismo, las palabras siempre sobran, no por estropear el silencio, al contrario, las personas son más interesantes cuando observo la intensidad de sus gestos en lugar de entablar una conversación.

Si hablan antes que dispare el obturador, la cámara ya no es cómplice de mi paranoico afán de explorar su intimidad. El esfuerzo de leer los labios es muy conflictivo, apenas alcanza para entender la mayoría de las palabras pero es insuficiente para entender lo que pretendían decirme, por eso, sin fotografías me siento ausente, neutral, invisible, como un extranjero que se quedó sin interprete. Estas fotografías son una mirada desde el silencio.

La memoria del eco